Vertiginosos mis dedos corretean por tu piel,
no saben donde detenerse
donde extasiarse, donde refugiarse.
Cada poro de piel es un tesoro
Un pedazo de infinito atrapado en si mismo,
una dimensión escondida en un punto.
En un punto te palpo, te descubro.
Sedienta y ardiente, sin pozo y sin lava,
estremecida por un pensamiento,
atisbo asustado de lo que pudiera ser.
Pensamiento que estremece, sin acción ni retorno,
Sin dueño, sin pozo, sedienta a morir,
dedos conocidos más no esperados,
que no hacen la diferencia
entre un volcán en explosión y
un cuadro colgado en la pared.
En la pared, en el techo, en la ventana,
en cada sitio está colgado tu deseo,
de cada uno destila tu necesidad.
El tesoro escondido clama ser descubierto.
El volcán se encierra en sus paredes
temiendo desaparecer al estallar.
Y sólo tienes mis dedos, sin boca, sin ojos,
sin palabras, sin suspiros, sin cuerpo.
Sin cuerpo, sin voz, sin mirada,
con esencia y sin presencia,
con virtudes y sin tangibles,
sin nombre, ni edad, solo sexo.
Eso es todo lo que tienes.
Y la esperanza y el anhelo
de quien será tu compañero.
Más ahora solo tienes mis dedos,
miedosos de despertar tus sentidos,
Mis brazos para abrazar la almohada
y ahogar los sollozos de otra alborada
que como tantas otras, llegó en solitario.